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Buscando un ideal ...

Hoy duermo en la parte buena.

Hoy duermo en la parte buena. ¿Cuál es la frontera entre la alegría y el fracaso?

Me pregunté ayer, me pregunto hoy y seguramente me seguiré cuestionando mañana sin encontrar una respuesta.

Un marathoniano puede estar cuatro años preparando una carrera. Día a día correrá por asfaltos ardientes, con sol o lluvia, soñando con el momento de la verdad para verse delante de miles de personas con un oro en su pecho.

Ese día, el de la carrera, aguanta el ritmo inicial del típico africano que está varios pasos por encima de tu nivel físico. Pasa la media maratón y estás entre los diez primeros.

La carrera se rompe a falta de 10 kms y te quedas ahí, impotente. Lo das todo, hasta la última gota, lloras sobre el asfalto si hace falta, te concentras tanto que ya no distingues lo que es dolor y lo que es cansancio, lo que es impotencia y lo que es rabia.

Vas pasando uno a uno a varios atletas y el sueño de esos cuatro años vuelve a renacer. Quedan siete tíos delante tuya. Seis, cinco, cuatro...

Logras pasar a otro más. Queda un kilómetro y el podium, esa medalla que aunque de bronce sería el mayor logro de tu vida está a sólo unos metros. Tres minutos más de agonía y aún más lágrimas de esfuerzo al límite de lo humano sobre el terreno.

Llegas al Estadio Olímpico. Escuchas aplausos que no sabes si van dirigidos a tí para animarte en tu lucha por la medalla y por el cielo o al tercero para que no se deje alcanzar. Tus piernas corren lo más rápido que pueden en esos últimos metros. No has podido, eres cuarto.

Miel en los labios, paraíso en los ojos, el mundo a unos metros. Estúpido cuarto puesto. Lo peor es que no puedes pensar que es injusto ya que seguramente el que te ha ganado el bronce y ahora llora como un niño de alegría y de orgullo haya sacrificado al igual que tú esos 4 años entre penurias y esfuerzos para poder vivir ese momento. También habrá sufrido, también se lo ha ganado.

¿Es un fracaso ese cuarto puesto? ¿Es acaso motivo de tristeza saber que eres el cuarto más rápido del mundo y que eres por lo menos mejor que 5.999.999.996 personas en la larga distancia?

Este ejemplo quizás es llevado al límite pero tampoco difiere mucho de la realidad. A veces el triunfo y el fracaso (relativo) están separados por un ínfimo hilo de aspecto invisible.

Como por ejemplo, el maravilloso triple de Ansley (tan maravilloso que jamás entró y tal vez por eso pasó a la historia) que despertó del meritorio sueño más bello a miles de aficionados a un equipo malagueño de nombre bancario que había enamorado a otros millones de personas jugando el baloncesto más bonito que jamás he visto en una cancha.

O ese penalty de Miroslav Djukic que pudo darle a los coruñeses mucho más que una liga a una ciudad entregada totalmente. ¿Cómo que entre o no un balón puede deparar tantas lágrimas o tantos abrazos efusivos y alegría infinita? Cosas del deporte, cosas de la vida, cosas del caprichoso destino.

Hoy me he puesto a pensar estas paranoia del límite entre éxito y fracaso por una experiencia personal que he tenido.

Pongamos la situación. Tengo un exámen de Teoría, Técnica e Historia de la Imagen Fija. Asignatura a la que no pude ir en todo el año, de la que no sabía absolutamente nada y de la que pedí apuntes día sí y día también durante todo el verano con nulo éxito.

Llega Septiembre y acabo pillando los apuntes (gracias a un admirador de Manu Chao- lo bueno abunda- que por casualidad estaba en mi clase) unos días antes. Teniendo en cuenta que esa misma semana tenía otros dos exámenes antes que ese, sólo pude estudiar el día antes.

Solamente 24 horas para jugarme un año de clase. Estuve absolutamente todo el día estudiando practicamente sin esperanzas de aprobar. Doscientas páginas de aspecto macabro e infinito apiladas en una mesa y yo sin saber por donde empezar.

Que si distancia hiperfocal por aquí, profundidad de campo, partes de una lente, función de la lente de menisco divergente, escala gradual del diafragma, etc, etc...

Cosas que si bien son interesantes, cuestan asimilar a un pobre diablo que solo quiere ganarse la vida escribiendo estúpidas palabras de forma más o menos apropiada.

Curiosamente, el día D, tras horas despiertos (me desperté a las 4 y pico y el exámen era a las 11) me sentí esperanzado. Había escuchado en la radio a Macaco, a Héroes, a Extremoduro e incluso una de Manu Chao y tanta buena música me había hecho creer en mí, en mis posibilidades. Sé que suena ridículo pero si uno está animado ve las cosas desde un prisma distinto.

Llego al exámen y esa esperanza se derrumba en unos segundos. Un exámen tipo test (lo que más odio en el mundo). La estúpidez llevada al cubo, la quiniela al servicio del estudiante.

Sin posibilidad de demostrar lo más mínimo lo que sabía (poco o mucho, qué más da) y solo teniendome que resignar a marcar "a", "d" o "b" ante las tan similares y extrañas respuestas de esas 20 retorcidas preguntas.

Un punto menos cada tres fallos. Simple regla de tres, había que acertar 13 para aprobar. Yo me había dejado tres sin responder (simple precaución para no tener más puntos restados), y al salir del exámen, ví que tenía dos fallos más sin contar con muchas dudosas que casi prefería ni mirar en los apuntes para no hundirme más.

Un par de días malos más antes de saber las notas. Conjeturas por aquí (¿pasará la mano?), conjeturas por allá (que no, que no tengo ni 10 bien...).

Casi sin darme cuenta me encuentro recién duchado, vestido y abriendo la puerta de casa para dirigirme a la Universidad sin ser tal vez consciente de que me jugaba mucho más que una simple nota. Me juego una asignatura troncal entera, unos valiosos créditos, una más valiosa aún suma de dinero (de cara a la matrícula a la Universidad) y sobre todo, mi honor, el convencerme a mí mismo de que puedo con esta carrera, que debo volver a soñar y creer en mí.

Decenas de fríos números en forma de DNI´s ocultan mi resultado. Dios, no puede ser. Solo veo Suspensos o No Presentados. Ni un notable/sobresaliente (había que hacer un trabajo de 10 páginas para lograrlo), solo algún que otro aprobado y gracias.

No encuentro mi número de DNI por ninguna parte. De repente, mi amigo David me dice que ha visto un par de ellos arriba que empiezan por 74 (como el mío). Uno aprobado y otro suspenso. El mío es el primero.

Le abrazo, juro que le hubiera besado (de cariño, no piensen mal) o hubiese llorado ahí mismo de felicidad si no hubiese sido por la presencia de dos o tres más alumnos que buscaban impacientes como yo sus notas. Le vuelvo a abrazar. Suspiro de alivio. Vuelvo a creer en mí.

Suena Echo and The Bunnymen. El día ha sido tan angustioso que la noche me sabe a caviar.

Uno o dos fallos más y tal vez ahora estuviese escuchando música o leyendo un libro pero sin ganas de apretar las teclas. Efectivamente, la frontera que separa el cielo del infierno es tan pequeña que asusta tanto como sorprende.

Hoy por lo menos duermo en la parte buena.

Septiembre muere
dejando de herencia
abrazos perdidos
y alegrías contenidas.

Mes de contrastes,
de tuneles varios
sin perder el rumbo
sin perder el ritmo.

El parque pierde color,
los árboles quedánse huérfanos
pero el convenio del Sol
aún sin firmar está.

El calor ataca
sin gotas del cielo llorar
y sonríe aún sabiendo
que algún día morirá.

Pero rendirse nunca...
como yo intento imitar
vulgar aprendiz del tiempo
que aún mucho le queda andar.


El camino sigue y es muy largo... ya sabeis donde encontrarme.

3 comentarios

De la Penya -

Tio eres un verdadero poeta

Gran blog

Helena -

Con tu permiso me cuelo por aquí para leer estos textos que tengo que decirte...hace tiempo leí alguno y no me llamaron la atención...pero esta vez te llevas el premio...me ha encantado tu blog...
Besos.Adios.

Di -

Enhorabuena mi niño. Lo mereces más que nadie, por muchas razones, y que este instante de felicidad no se ensombrezca con nada, porque nada debe ocultar esa sonrisa, que al menos a mí, me da la vida. TQM